No sé si sea mi recuerdo más más antiguo, pero es el que me viene en este momento a la cabeza. Una fiesta de cumpleaños mía y mi mamá, con un escenario de títeres improvisado (un palo entre las puertas del balcón de mi casa con una frazada), contando historias infantiles con muñecos que ella misma había cocido. Recuerdo los rayos de sol entrando, los títeres a contraluz y a todos mis amigos hipnotizados por el espectáculo, tanto así, que el próximo fin de semana querían que les repitieran la función. Fui una niña extrovertida y justa, mis maestras me llamaban la madre de las casas, porque si veía a un niño llorando o alguna injusticia yo tenía que averiguar lo que había pasado y trataría de resolver la situación. Pienso que si no fuera arquitecta trabajaría en alguna organización de rescate de animales. De la ciudad me interesa todo, su historia, su gente, sus transiciones, su evolución. Realmente no tengo un tema específico que me interese investigar, voy interesándome por lo que va apareciendo, dejo que fluya. Cuando me enfrento a un ejercicio de diseño trato de identificar el problema que da origen y trato de ponerme en el lugar de los posibles usuarios la mejor arquitectura es la que se experimenta. Las tres habilidades que más me caracterizan son hablar, hablar y hablar, aunque, últimamente, no se me está dando mal salir de mi zona de confort, he descubierto que tengo una capacidad de adaptarme a nuevos escenarios que no sabía que tenía. Ni idea sobre qué le aporto a Ad Urbis, probablemente amistad. No tengo un libro de cabecera, para cada propuesta hay un mundo de bibliografía y referencias que consultar, sólo hay que saber encontrar. Cuando trabajo no escucho ni un tipo de música ni un autor específicos, prefieren escuchar algo variado y si la PlayList no la hice yo mejor.